domingo, 30 de mayo de 2010

Se columpia así movida por la garúa, la cordura; sin embargo permanece segura, atada a lazos sociales hasta que un niño traviezo, un anciano, un animal o el amor, esos quienes pueden cortar el hilo que matiene el equilibro, lo hacen. ¿Desde dónde empieza, hasta dónde llega, sóla y jóven, la necesidad de expresar una idea? no es en las certezas sino en la duda donde en el pleno acto de vivir, te abre la cara una iluminación, la de creer y tener una puta verdad. No saber que hacer con ese rayo entre los dedos de las manos y los pies (cuando se cae), rayo que congela del mismo modo que te mata si no lo compartís, si no regalás esa versión a alguien que pueda medirla, alguien muy querido que como vos sufre y llora. Supongo va a querer contenerte pero las jeringas en sus brazos, su hartazgo de polenta fría y su estado de cautivo lo harán, si no lo hicieron ya, de cadenas.
Los gritos que conviven pisando unos la casa de los otros rara vez pueden hablar, en el mejor de los casos, mirarse. La lona se vive en una botella, en una pastilla, en un elemento para salirse del yo, del todo y las partes y permanecer con los ojos abiertos cagado de miedo y frío mientras otros viciandonos y siguiendo el camino de: Yo nunca haría esto, nunca pensaría eso, nunca viviría así; seguimos colgados de la queja.
Quiero declararme culpable del olvido a no-personas hermosas.

Escrito hace un tiempo después de leer Antonin Artaud.

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